sala
principal

Enseguida en la entrada, en el pasillo de acceso, la primera mirada es dirigida hacia la tela de Lasar Segall, Lucy en la hamaca, pintura de la década de 1940. Es una visión emblemática. La colección, básicamente de arte clásica, se anuncia através de una pintura del modernismo brasileño. Como si Eva Klabin nos propusiese una visita a través del tiempo: del fin hasta el comienzo.  

El espíritu clásico de la colección domina el hall, que marca la transición del periodo medieval hacia el renacentista. Se destaca la gran moldura de chimenea gótica, procedente de  Austria, de roble entallado, en torno del cual gira toda la decoración del ambiente. 

Del pre-Renacimiento italiano, el arca masera guarda influencia oriental, visible en la tala fronteriza. Sobre ella, sobresale, entre un par de candeleros flamencos de prata del siglo 18, una cabeza coronada de piedra policromada, de una noble francesa medieval. En la pared opuesta, unos asientos de coro, del periodo gótico tardío francés.

Dos bellas pinturas religiosas de maestros primitivos del Renacimiento flamenco se destacan: Madona, Niño y paisaje, atribuida a Adriaen Isembrant (final del siglo 15-1551), y Madona, Nino y dos ángeles sosteniendo las Sagradas Escrituras, atribuida a Ian Provost (1465-1529).

Dos vitrinas con piezas chinas de excepcional cualidad anuncian el significativo acervo oriental, presente en varios ambientes de la casa y, en un rincón, la cabeza de Apolo, pieza greco romana en mármol (siglo III-I a.C.), que es la seña que llevará al visitante a las colecciones de la Antigüedad.